“Las
actuales contrarreformas a la Constitución conforman un
proyecto
coherente y de largo alcance, de desmantelamiento
jurídico
de las relaciones sociales surgidas de la Revolución
Mexicana
y de las reformas cardenistas de los años treinta”.
Adolfo Gilly, “La subordinación
de la universidad al capital”
El maestro que enseñaba a sus alumnos a soñar
Ante el diluvio que
amenaza con ahogar el sistema de enseñanza nacional, la triple alianza de
tecnócratas, empresarios y políticos decidieron hacer de la calidad de la
educación el Arca de Noé que permitirá solucionar las deficiencias pedagógicas y
adaptarlas a los retos del Siglo XXI. Para sobrevivir, se ha dado la orden
desde París, Los Pinos, Santo Domingo, San Lázaro y Reforma, todo mundo debe
subir a bordo de la nave; quien no lo haga sucumbirá.
Para la triple
alianza, la calidad educativa es la panacea para nuestros males. Con ella,
dicen, el país saldrá adelante de su atraso y se acoplará de lleno en la
sociedad del conocimiento. Por el contrario, si fracasamos en alcanzarla, nos
hundiremos irremediablemente en el océano de nuestro atraso. Es más, aseguran
sus apologistas, problemas principales del país se derivan esencialmente de
nuestra deficiente enseñanza, y de la irresponsabilidad de maestros
privilegiados y consentidos por sus organizaciones sindicales que tienen
secuestrado al sistema educativo nacional.
La calidad de la
educación lo justifica todo. En su nombre se vale iniciar una nueva cruzada
para acabar con conquistas laborales de los maestros, está justificado
vilipendiarlos, se considera correcto dejar de lado problemas como
el de la desigualdad
económica y social y, por supuesto, cambiar la Constitución para meter en el
artículo 3º (relativo a la educación) lo que debe estar en el 123º (dedicado al
trabajo).
El argumento central
para modificar los artículos 3º y 73º es garantizar la “calidad” de la
enseñanza. En la iniciativa que Enrique Peña Nieto envió al Congreso de la
Unión para su aprobación se aduce con toda claridad: “Para que los alumnos reciban
una educación que cumpla con los fines y satisfaga
los principios
establecidos en la norma constitucional, resulta imprescindible la calidad
educativa”.
En nombre de la
calidad de la educación se establece en la contra-reforma que es necesario
poner en funcionamiento un servicio profesional docente que, en los hechos,
modifica el modelo de relaciones laborales del magisterio hasta ahora vigente y
crea sin decirlo explícitamente un nuevo apartado laboral, cancelando la
estabilidad en el empleo.
Enfrentar la ofensiva
perfumada con los afeites de la calidad contra las conquistas laborales del
magisterio es remar contra la corriente. ¿Quién puede estar hoy en día contra la
calidad educativa? ¿Hay alguien que rechace que la enseñanza que se imparta a
niños y jóvenes por parte del Estado sea de excelencia?.
Y es que calidad es
una palabra amuleto. Asociada etimológicamente a Kalos, a lo que es bueno o
excelente —explica el catedrático de la Facultad de Ciencias de la Educación de
la Universidad de Granada, Antonio Bolívar— es un término que sirve para dar
credibilidad y legitimación a las acciones que se asocien con ella. No
necesariamente es cierto que esas iniciativas tengan como resultado avanzar
hacia la excelencia. Su resultado inmediato, por el sólo hecho de invocar el
concepto, provoca adhesión y simpatía.
Además, calidad —dice
Juan Manuel Escudero, Doctor en Pedagogía por la Universidad de Valencia— es
una palabra que tiene el don de la ubicuidad: la podemos colocar ante los más
diversos objetos, acciones o productos; al tiempo que entenderla de múltiples
formas: resultado, innovación, valores intrínsecos, satisfacción del cliente,
etcétera.
Sin embargo, el uso
del término entre muchos reconocidos pedagogos es sumamente cuestionado. El
doctor Pablo Latapí, fallecido en 2009, uno de nuestros más reconocidos sabios
en asuntos de la enseñanza, decía en su trabajo “En defensa de la
imperfección”, que “se transfiere a la educación, con asombrosa
superficialidad, un concepto empresarial de calidad total, el cual puede ser
una técnica exitosa para producir más tornillos por hora y venderlos a quien
los necesite (y a quien no también), pero no es ni puede ser una filosofía del desarrollo
humano”.
Manuel Pérez Rocha, ex rector de la
UACM, ha precisado cómo el vocablo es ajeno a la pedagogía porque quien tiene
una visión informada del mundo de la educación sabe que todo reto educativo es,
antes que nada, cualitativo.
Efectivamente, el
concepto de la calidad no es neutro: tiene un origen mercantil y empresarial.
Al trasladarlo mecánicamente al ámbito de la enseñanza, se quiere que éste asuma como naturales los
atributos de cualquier empresa. Pero esa lógica choca, en su esencia, con los
supuestos de la escuela pública, un bien básico que no puede dejarse a las
reglas del mercado so pena de es naturalizar
su función.
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