viernes, 5 de abril de 2013

No habrá recreo





“Las actuales contrarreformas a la Constitución conforman un
proyecto coherente y de largo alcance, de desmantelamiento
jurídico de las relaciones sociales surgidas de la Revolución
Mexicana y de las reformas cardenistas de los años treinta”.
Adolfo Gilly, “La subordinación
de la universidad al capital”

El maestro que enseñaba a sus alumnos a soñar

Ante el diluvio que amenaza con ahogar el sistema de enseñanza nacional, la triple alianza de tecnócratas, empresarios y políticos decidieron hacer de la calidad de la educación el Arca de Noé que permitirá solucionar las deficiencias pedagógicas y adaptarlas a los retos del Siglo XXI. Para sobrevivir, se ha dado la orden desde París, Los Pinos, Santo Domingo, San Lázaro y Reforma, todo mundo debe subir a bordo de la nave; quien no lo haga sucumbirá.

Para la triple alianza, la calidad educativa es la panacea para nuestros males. Con ella, dicen, el país saldrá adelante de su atraso y se acoplará de lleno en la sociedad del conocimiento. Por el contrario, si fracasamos en alcanzarla, nos hundiremos irremediablemente en el océano de nuestro atraso. Es más, aseguran sus apologistas, problemas principales del país se derivan esencialmente de nuestra deficiente enseñanza, y de la irresponsabilidad de maestros privilegiados y consentidos por sus organizaciones sindicales que tienen secuestrado al sistema educativo nacional.

La calidad de la educación lo justifica todo. En su nombre se vale iniciar una nueva cruzada para acabar con conquistas laborales de los maestros, está justificado vilipendiarlos, se considera correcto dejar de lado problemas como
el de la desigualdad económica y social y, por supuesto, cambiar la Constitución para meter en el artículo 3º (relativo a la educación) lo que debe estar en el 123º (dedicado al trabajo).

El argumento central para modificar los artículos 3º y 73º es garantizar la “calidad” de la enseñanza. En la iniciativa que Enrique Peña Nieto envió al Congreso de la Unión para su aprobación se aduce con toda claridad: “Para que los alumnos reciban una educación que cumpla con los fines y satisfaga
los principios establecidos en la norma constitucional, resulta imprescindible la calidad educativa”.

En nombre de la calidad de la educación se establece en la contra-reforma que es necesario poner en funcionamiento un servicio profesional docente que, en los hechos, modifica el modelo de relaciones laborales del magisterio hasta ahora vigente y crea sin decirlo explícitamente un nuevo apartado laboral, cancelando la estabilidad en el empleo.



Enfrentar la ofensiva perfumada con los afeites de la calidad contra las conquistas laborales del magisterio es remar contra la corriente. ¿Quién puede estar hoy en día contra la calidad educativa? ¿Hay alguien que rechace que la enseñanza que se imparta a niños y jóvenes por parte del Estado sea de excelencia?.

Y es que calidad es una palabra amuleto. Asociada etimológicamente a Kalos, a lo que es bueno o excelente —explica el catedrático de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada, Antonio Bolívar— es un término que sirve para dar credibilidad y legitimación a las acciones que se asocien con ella. No necesariamente es cierto que esas iniciativas tengan como resultado avanzar hacia la excelencia. Su resultado inmediato, por el sólo hecho de invocar el concepto, provoca adhesión y simpatía.

Además, calidad —dice Juan Manuel Escudero, Doctor en Pedagogía por la Universidad de Valencia— es una palabra que tiene el don de la ubicuidad: la podemos colocar ante los más diversos objetos, acciones o productos; al tiempo que entenderla de múltiples formas: resultado, innovación, valores intrínsecos, satisfacción del cliente, etcétera.

Sin embargo, el uso del término entre muchos reconocidos pedagogos es sumamente cuestionado. El doctor Pablo Latapí, fallecido en 2009, uno de nuestros más reconocidos sabios en asuntos de la enseñanza, decía en su trabajo “En defensa de la imperfección”, que “se transfiere a la educación, con asombrosa superficialidad, un concepto empresarial de calidad total, el cual puede ser una técnica exitosa para producir más tornillos por hora y venderlos a quien los necesite (y a quien no también), pero no es ni puede ser una filosofía del desarrollo humano”.

Manuel Pérez Rocha, ex rector de la UACM, ha precisado cómo el vocablo es ajeno a la pedagogía porque quien tiene una visión informada del mundo de la educación sabe que todo reto educativo es, antes que nada, cualitativo.

Efectivamente, el concepto de la calidad no es neutro: tiene un origen mercantil y empresarial. Al trasladarlo mecánicamente al ámbito de la enseñanza, se   quiere que éste asuma como naturales los atributos de cualquier empresa. Pero esa lógica choca, en su esencia, con los supuestos de la escuela pública, un bien básico que no puede dejarse a las reglas del mercado so pena de  es naturalizar su función.

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Libro gratuito: "No habrá recreo". Luis Hernández Navarro.